"Así que no había entre ellos ningún necesitado; porque todos los que poseían heredades o casas, las vendían, y traían el precio de lo vendido y lo ponían a los pies de los apóstoles; y se repartía a cada uno según su necesidad." (Hechos 4:34-35)
Los versículos 32 a 37 de Hechos 4 presentan una magnifica descripción de la Iglesia en el frescor de su primer amir. Sin pretender volver a ese feliz comienzo, esforcémonos en manifestar el espíritu de aquellos tiempos al poner a un lado nuestro egoísmo, para así aprovechar todas las oportunidades de dedicarnos a nuestros hermanos. Aquellos que tenían una posesión la vendían y daban el dinero a los apóstoles para ayudar a los necesitados.
En Hechos 5:1-11 leemos que Ananías y Safira también vendieron un campo, guardaron una parte del dinero a los apóstoles. El pecado que habían cometido no era el haberse quedado con una parte del dinero, sino el haber querido hacer creer que habían entregado toda la suma.
El espíritu de imitación y de deseo de darse la apariencia de piedad llevaron a Ananías y Safira a mentir. Pedro los reprendió santa indignación y en seguida la mano de Dios los alcanzo y murieron. La salvación de sus almas esta fuera de duda; no se trataba aquí de la suerte eterna, sino de la manisfestacion del gobierno de los objetos de la gracia de Dios, no pensemos que por ello Dios tenga el pecado menos en horror. Él es santo y así deben serlo sus hijos (1 Pedro 1:15-17). Debemos cultivar ese sentimiento hacia Aquel que lee nuestros pensamientos más secretos.
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